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La herencia del Vino, Viejo Molino

Por José Fernando Ibárcena Balbuena | Jul 15, 2020

Al suroeste de los Andes occidentales del Perú, enclavado entre los vigías de su historia, flanqueado en estriado desierto, como tratando de ocultar una quimera de cepas esmeraldas y tostadas, descansa un estrecho, pero fértil valle que el castellano consagró a la vid y que despertó su pasión y la admiración de cuanto extranjero descansó sus pies en esta sumisa y fiel tierra. En ese generoso valle, en el margen norte del río Tambapalla (hoy río Moquegua), en 1537, los almagristas asentaron el prístino pueblo de San Sebastián de Escapagua en su ruta por conquistar Chile; más adelante, en 1618, sobre las bases del pueblo, se fundó la Villa de San Francisco de Esquilache, disuelta en 1625 al instituirse la Villa de Santa Catalina de Guadalcázar del Valle de Moquegua como sede del Corregimiento de Colesuyo; la desplazada villa pasó a denominarse el Alto La Villa o Villa Vieja, quedando en la memoria de cada cepa los orígenes del pueblo moqueguano.

El Pago de Charsagua o Charsago, como fue conocido en un principio, fue parte del antiguo poblado de Escapagua del Alto La Villa, escenario de las beligerancias del pueblo moqueguano por la Independencia de la Patria y por la defensa de su soberanía, librándose acciones contra el dominio español y la incursión chilena en tierras moqueguanas. En estos campos donde la tierra bebió el alma de los moqueguanos se disponen ancestrales viñedos, testigos silentes de nuestro glorioso pasado.

La historia de Moquegua ha estado íntimamente entrelazada a la grana casta de sus vinos y al diáfano espíritu de sus piscos. Apodada la “Burdeos del Perú”, el valle moqueguano alcanzó el monocultivo de la vid durante los siglos XVIII y XIX;  la industria vitivinícola de Moquegua estuvo advocada a San Bernabé, el Santo Patrono de los vitivinicultores y del valle, antecedentes históricos que se remontan a la segunda mitad del siglo XVI; esta industria fue decisiva para el florecimiento de la sólida e ilustre sociedad moqueguana, su modo de vida, cultura, costumbres, fe, idiosincrasia, arquitectura, gastronomía y hasta sus manifestaciones artísticas estuvieron embebidas por la prosperidad de la producción y del comercio de sus vinos y piscos.

En el extremo oeste del Pago de Charsagua, sobre los 1480 msnm, muy cerca donde los conquistadores don Pedro Cansino, don Juan de Castro y don Hernán Bueno “el mozo” dispusieron los primeros viñedos del valle moqueguano, allá, en la década del 1540, se emplaza una joven bodega moqueguana, Viejo Molino, que asume el reto de la continuación vitivinícola en el mismo espacio histórico-geográfico enmarcado por nuestros ancestros, reasentándonos entre los sucesores de las más antiguas bodegas de la región.

La complejidad entre clima, altitud, suelo y agua del Pago de Charsagua ha favorecido para que a lo largo de los años la uva Negra Criolla produzca una baya con características singulares, con fuerte color rubí-violáceo, intenso aroma amielado y dulzor que evoca los frutos rojos ensecados y con la cual se obtiene un vino seco de alta calidad con sabor a “sol y tierra” y que encierra en cada sorbo las características climáticas que domina el valle moqueguano. El rico suelo moqueguano aunado al clima seco, semicálido, aireado y soleado durante todo el año (promedio de diez horas sol diarias) y de noches entre templadas y frías, con una estación seca y lluvias reducidas en verano, hace propicio al Alto La Villa para el cultivo de esta variedad de vid. 

La bodega Viejo Molino nació como homenaje a la historia y tradición vitivinícola de Moquegua. Fue fundada en 2007 por don Juan Pedro Coaila Catacora con el sólido afán de apostar por la reivindicación de la industria vinífera tradicional de Moquegua confiriendo doble visión: redimir la uva prieta traída por los conquistadores de las islas Canarias destinándola para la elaboración de sus vinos y recobrar paulatinamente el sector del valle correspondiente al Pago de Charsagua, Alto La Villa; con esta intención se ha venido trabajando los simétricos cuarteles repintándolos cuidadosamente con vides de la variedad Negra Criolla procurando el menor impacto en el Terroir.

Viejo Molino es una bodega que imprime su sello en todas las etapas de la producción. El proceso para transformar las bayas de la vid en vino y pisco en Viejo Molino es todo un arte que nace de la inspiración sus propietarios, este se inicia con la selección de las cepas a cultivarse y se consuma con la degustación de sus vinos y piscos. 

A lo largo de los poco más de 10 años en que viene funcionando Viejo Molino, este se ha hecho acreedor de importantes medallas de oro y plata y del reconocimiento de importantes enólogos, catadores y sommeliers que visitan la ciudad; esto no podría lograrse sin la intervención apasionado de sus propietarios, el riguroso cuidado impreso por su más selecto personal y del prendado Terroir de Moquegua.

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